Hacia el noroeste de Córdoba permanece oculto un paisaje que interrumpe el trazado característico de la provincia. Donde, de noche, es posible sumergirse en las inmensidades de un verdadero mar estelar. Prodigios, curiosidades y delicias de Salinas Grandes.
Por delante, la Luna. Alrededor, las estrellas, nebulosas y la galaxia completa hasta donde llega la vista. Los ojos buscan rápidamente algún punto de referencia frente a la eternidad cósmica del paisaje que se replica en toda dirección. De pronto, un sonido crujiente. La mirada se dirige hacia abajo, al mundo, al nexo terrenal. Donde quedan marcadas las huellas de la existencia y de cualquier caminata nocturna por las Salinas Grandes de Córdoba.
Ocurre allí, donde, durante miles de años, una falla tectónica permitió la filtración del antiguo fondo marino, dejando expuestas hectáreas de minerales como el cloruro de sodio. En la actualidad, es posible recorrer este campo sideral más allá de la rutina turística, tras la caída del sol y con la ventaja de poder reponer fuerzas durante el resto de la noche en San José de las Salinas, uno de los pocos parajes que lindan con su inmensidad.
El pueblo está ubicado 180 kilómetros al noroeste de la capital provincial y de cara al mar blanco. En su entrada, además de la vieja estación, es muy fácil divisar Las Salinas Gran Hotel, que representa una oportunidad para superar la experiencia diurna y sentirse uno más entre los 662 habitantes del lugar, según el último censo.
En gran parte, se trata de trabajadores de la extracción de sal, la actividad que nutre a la economía de San José y otras localidades de la zona como Lucio V. Mansilla y Totoralejos. Sus habitantes mayores, seguramente, aún recuerdan el sonido característico de la maquinaria empleada en ese tipo de industria.
Hoy en día, los restos de estos ingenios le otorgan al paisaje una serenidad inquietante, interrumpida apenas por el repentino paso de un gato montés, uno de los tantos representantes de su vida autóctona.
Flora y fauna de Salinas Grandes
La biodiversidad de la zona brilla con mayor intensidad en la Reserva de vida silvestre Monte de las Barrancas, un espacio de 7.700 hectáreas dentro de la depresión de las Salinas Grandes. El área es hogar de pumas, zorros grises, liebres criollas, guanacos, corzuelas, pecaríes, quirquinchos, vizcachas, cuises y conejos de los palos.
Mientras que sus cielos son atravesados por monjitas, aguiluchos y halcones, es posible divisar ñandúes sobre su amplia extensión. Forman parte de un ecosistema único junto al tapizado típico de estos terrenos, conformado por algarrobos, quebrachos, chañares y breas, entre otras especies características de los suelos áridos. Allí, entre la flora, las tortugas terrestres viven su larga vida como testimonio de la adaptación.
Una delicia oculta
Otro ejemplar que habita la región y es común al noroeste de Córdoba es la abeja nativa sin aguijón “Miel Rosada”, que no pica y produce una miel muy valorada por los habitantes de la zona. A este producto, le atribuyen propiedades medicinales vinculadas con el tratamiento de afecciones respiratorias, digestivas y oculares.
Las familias campesinas reconocen esta miel como la más deliciosa, dulce y suave. La conservan por años en sus viviendas y solamente la utilizan durante eventos importantes, como reuniones, visitas y celebraciones. Claro que, también, es posible adquirirla en el pueblo. Por estos motivos, junto a Salinas Grandes, representa uno de los tantos elementos destacados del diario de los viajeros que buscan descubrir los secretos del mapa cordobés.